El propósito de este artículo es hablar de qué es la inteligencia emocional y cómo aprender a utilizarla. En primer lugar, podemos definir el término de inteligencia emocional como la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar los estados emocionales de uno mismo y también de los demás. Inteligencia emocional no significa ahogar las emociones, sino dirigirlas y equilibrarlas. Es un tipo de actitud psicológica que gobierna y dirige nuestras emociones en todos los aspectos. Podemos entender, en este sentido, que es la actitud para disfrutar de los acontecimientos de la vida a partir de un estado de tranquilidad y autoaceptación que le permite al sujeto actuar sobre sus carencias y expandir sus fortalezas con sentido crítico y constructivo. Las personas que poseen alto nivel de inteligencia emocional suelen ser extrovertidas, alegres y socialmente equilibradas. También poco predispuestas a la timidez y a darle vueltas a sus preocupaciones. Otra característica común es que demuestran estar dotadas de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, y suelen adoptar responsabilidades. Mantienen una visión ética de la vida, son afables y cariñosas en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada. Se sienten a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven. Tienen una visión positiva de sí mismos y la vida siempre tiene sentido. Además, son personas con capacidad de expresar sus emociones, a través del lenguaje tanto verbal como no verbal (gesticulación, postura corporal, movimiento, uso del espacio…). Suelen ser personas que al hablar muestran seguridad, y que no tienen pánico a equivocarse, sino que con naturalidad rectifican y no le dan mayor importancia. En este sentido, la capacidad de comunicación y el desarrollo del lenguaje y el habla se potencian positivamente en el desarrollo cognitivo y socioafectivo de las personas.
¿Cuál es la diferencia entre inteligencia e inteligencia emocional? Por norma general, podríamos decir que la inteligencia es la capacidad de asimilar, guardar, elaborar información y utilizarla para resolver problemas. La inteligencia de una persona está formada por un conjunto de variables como la capacidad de observación, la atención, la memoria, el aprendizaje, las habilidades sociales, etcétera, que le permiten enfrentarse al mundo diariamente. El rendimiento que obtenemos de nuestras actividades diarias depende en gran medida de la atención que le prestemos, así como de la capacidad de concentración que manifestemos en cada momento. Pero durante mucho tiempo se ha hecho la interpretación errónea de que la inteligencia sólo servía para resolver problemas matemáticos, lingüísticos, físicos y había dejado de lado las capacidades personales de resolver problemas que afectan a la felicidad en las personas o a la buena convivencia social. Todos hemos oído alguna vez, sobre todo hasta hace unas décadas, que el coeficiente intelectual era determinante para saber si una persona tendría éxito en la vida. Sin embargo, hace ya varios años que desde el ámbito empresarial se dieron cuenta de que son otras capacidades las necesarias para el éxito en la vida. De hecho, se ha podido comprobar que un elevado CI puede predecir quién tendrá éxito a nivel académico, pero no dice nada del camino que tomará la persona cuando termine su educación. Asimismo, en el ámbito educativo se tienen en cuenta ya con las nuevas metodologías las inteligencias múltiples, de las que hablaremos en otro artículo. Se ha demostrado que la inteligencia emocional es la principal responsable del éxito o el fracaso de las personas en todos sus ámbitos profesional, personal y social. Además, se ha visto que el éxito profesional, independientemente de que se trate de un ingeniero o un profesor, un abogado o un vendedor, está definido en un 80 por ciento por la inteligencia emocional y en un 20 por ciento por su CI. Siguiendo a Daniel Goleman, resulta paradójico que el coeficiente intelectual sea tan mal predictor del éxito entre el colectivo de personas, lo bastante inteligentes como para desenvolverse bien en los campos cognitivamente más exigentes. Aprendiendo a usar la inteligencia emocional, existen seis categorías básicas de emociones que son las siguientes:
1. Miedo. Es la anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad. Tendemos hacia la protección.
2. Sorpresa. Es el sobresalto, el asombro, el desconcierto. Es una emoción muy transitoria. Ayuda a orientarnos frente a la nueva situación.
3. Aversión. Es el disgusto o el asco. Solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión, nos produce rechazo hacia aquello que tenemos delante.
4. Ira. Es la rabia, el enfado, el resentimiento, la furia, la irritabilidad y todo aquello que nos hace sentir enojo nos induce hacia la destrucción.
5. Alegría. Es la diversión, la euforia, la que nos da una sensación de bienestar y de seguridad. Nos induce hacia la reproducción. Deseamos reproducir aquel suceso que nos hace sentir bien.
6. Tristeza. Es sinónimo de pena, sentimiento de soledad y pesimismo. Nos motiva hacia una nueva reintegración personal.
Las emociones son un mecanismo de supervivencia relacionado con la inteligencia y aprovechado en la evolución de las especies. No podemos, por tanto, calificar a las emociones como negativas o positivas, prescindiendo de todo contexto en el que ellas se producen. En principio podríamos pensar que la ira es una emoción negativa y que lo mejor para nosotros sería no experimentarla, pero si careciera completamente de ira habría situaciones que no podríamos resolver adecuadamente porque requieren la activación de cierto impulso agresivo. Por nuestra parte, como por ejemplo la resolución de situaciones de injusticia hacia nosotros u otras personas o la defensa de nuestra propia vida. Lo mismo ocurre con el miedo, que es una señal de que algo o una situación o una persona representa un peligro potencial para nosotros. Sin esta advertencia no podríamos adaptarnos a los constantes cambios en nuestro medio ambiente y nuestra supervivencia estaría en peligro. También es falso que haya emociones que sean siempre positivas. Esto podría ocurrir, por ejemplo, con la alegría en un principio. Podríamos pensar que es algo bueno estar siempre alegres. Pero este sentimiento en ocasiones se encontrará fuera de lugar. Imaginemos que la empresa en la que trabajamos se ha decidido a hacer una reducción de personal y durante días hemos estado ansiosos y preocupados por quedarnos sin trabajo. Finalmente, un compañero nos da la noticia de que seguimos en la empresa, pero a él lo van a despedir. Estaría bien sentir alegría en ese momento porque hemos logrado seguir la empresa o sería más sensato atender a la preocupación de nuestro compañero, como podemos ver. No existen emociones positivas o negativas en su totalidad, ya que todas ellas dependen del contexto y las circunstancias en el que se manifiestan. Dosificando las emociones, qué emociones es correcto mostrar en público y cuáles no… Pues todo dependerá de los modelos sociales con que nos hayamos criado y de donde nos encontremos culturalmente. Las normas válidas para los hombres suelen ser diferentes que para las mujeres. Por ejemplo, un mismo comportamiento se considerará muestra de sensibilidad en una mujer y de poco masculino en un hombre. Una determinada actitud. En él se puede considerar de espíritu emprendedor y dinámico y en ella de agresividad. El pragmatismo de ellos puede parecer frialdad y dureza en ellas. La muestra de nuestras emociones es aprendida desde la infancia, pues ya de niños nos enseñan que, al recibir un regalo, aunque no nos guste, también hay que mostrar respeto dando las gracias o que no hay que hacer un drama cuando perdemos en un juego. Cuanto mayor es nuestra competencia social, mejor se adapten nuestras emociones a las reglas de expresión que son aceptables en un contexto social. Estas reglas determinan quién, cuándo y qué emociones pueden manifestarse hacia fuera y de qué forma. Dependiendo de la situación, puede que sea necesario minimizar la emoción. Gracias. Es que he tenido un buen día después de una conferencia en público que nos ha salido bien exagerar la emoción. Bien hecho. Un niño que está empezando a escribir y lo hace lo mejor que puede compensar una emoción. Por desgracia, tenemos un compromiso familiar. En otro momento nos habría encantado ir al recibir, por ejemplo, una invitación a un evento que no nos apetece ir. La inteligencia emocional, según Daniel Goleman, se basa en cinco competencias emocionales serían como habilidades adquiridas en la práctica diaria, por ejemplo, la habilidad de trato con el público. Estas capacidades son necesarias para el mundo laboral, pero no son menos indispensables en la vida diaria. Con ellas podemos manejar eficazmente nuestras emociones. Todas son aprendidas por ese mismo motivo. Pueden trabajarse para ser modificadas en cualquier momento de nuestras vidas. A continuación, vamos a hablar de cada una de ellas. Competencias emocionales. Veamos una por una. Autoconocimiento emocional o conciencia de uno mismo. Esta es una habilidad que utilizamos para reconocer nuestras emociones y sus consecuencias si queremos desarrollar esta capacidad. Es el momento de mirar en nuestro interior. Es muy importante conocer el modo en el que nuestro estado de ánimo influye en nuestro comportamiento, cuáles son nuestras virtudes y nuestros puntos débiles. Podemos hacer la prueba con un suceso profundamente emocional que nos haya sucedido. Dediquemos un tiempo a examinarlo. ¿Qué sucedió? ¿Qué sentimos en ese momento? ¿Qué sentía exactamente en mi cuerpo? Acaloramiento, palpitaciones, molestias en el estómago, sudor, etc. ¿Cuánto duró el sentimiento? ¿Crees que afectaron las emociones a la forma de solucionar la situación? ¿Tuvieron las emociones una función positiva o negativa? ¿Por qué creemos que actuamos de esa forma? Este diálogo con nosotros mismos es más eficaz si lo escribimos, pues puede ayudarnos a reconocer nuestras propias emociones. Si conocemos nuestras fortalezas, intentaremos usarlas para resolver una determinada situación. Si conocemos nuestras debilidades, las ocultamos para evitar que nuestro talón de Aquiles sea el culpable de nuestro fracaso. Todo esto nos encaminará a tener una mayor confianza en nosotros mismos y seguridad en nuestras capacidades. Esta habilidad nos permite también expresar y mantener puntos de vista propios al margen de la opinión general del grupo y tomar decisiones. A pesar de la incertidumbre y las presiones. Autocontrol emocional o autorregulación El autocontrol nos permite no dejarnos llevar por los sentimientos del momento. Es saber reconocer que es pasajero en una crisis y que perdura. Es posible que nos enfrentemos con alguien del trabajo o con un familiar, pero si nos dejamos siempre llevar por el calor del momento, estaríamos continuamente actuando irresponsablemente y luego pidiendo perdón por ello. ¿Quién no ha estado alguna vez enfadado? Seguramente todos hemos sentido en algún momento esta emoción. Otra de las emociones poco agradables que nos acosa alguna vez es la tristeza, aunque no debemos olvidar que este estado de ánimo, al igual que cualquier otro, tiene sus facetas positivas, siempre y cuando no se convierta en un estado que interfiera en nuestra vida. Así, por ejemplo, ante una pérdida irreparable, la tristeza nos aporta un refugio reflexivo que nos lleva a un período de retiro y de duelo necesarios para asimilar nuestra pérdida, apoyándonos a restablecer y seguir adelante. Pero si esto se convierte en una obsesión, la preocupación por aquello que nos deprime sólo servirá para que se agudice y prolongue más esta depresión. Automotivación significa saber dirigir las emociones hacia un objetivo, lo cual nos permite mantener la motivación y fijar nuestra atención en las metas en lugar de obstáculos. En esto es necesaria cierta dosis de optimismo e iniciativa, de forma que seamos emprendedores y hacen juegos de forma positiva ante los contratiempos. Un aspecto esencial, si queremos lograr nuestro objetivo, es no fijar nuestra atención en los problemas, sino en cómo superarlos. De nada nos sirve una mente inteligente si ante el primer obstáculo nos derrumbamos porque las cosas no van como desearíamos que fuesen. Si nos paramos a pensar en la ansiedad y la preocupación, nos encontramos con una paradoja la misma excitación e interés para hacer bien un examen motiva a algunos estudiantes a prepararse y estudiar para la ocasión. A la vez que puedes sabotear a otros, ya que su nivel de excitación o ansiedad estará interfiriendo con su pensamiento. Empatía o reconocimiento de emociones ajenas. La empatía es la capacidad cognitiva de percibir lo que sienten los demás. La clave radica en captar los mensajes tanto verbales como no verbales de nuestro interlocutor. Así, por un lado, tenemos que la mente racional se transmite a través de las palabras y, por otro, que la mente emocional se transmite a través del lenguaje corporal. Las relaciones sociales se basan muchas veces en saber interpretar las señales que los demás emiten de forma inconsciente y que a menudo no son verbales. El reconocer las emociones ajenas, aquello que los demás sienten y que se puede expresar, por ejemplo, por la expresión de la cara, por un gesto, por una mala contestación, nos puede ayudar a establecer lazos más reales y, además, que perduren con las personas de nuestro entorno. Reconocer las emociones ajenas es el primer paso para entenderlas, identificarnos con ellas. Habilidades sociales. Esta última área consiste en la capacidad de conocer los sentimientos de los demás y de poder hacer algo para transformarlos a relacionarnos con los demás. Estamos emitiendo señales emocionales que afectan a los que nos rodean. Muchos nos damos cuenta de que las emociones son contagiosas, de forma que si alguien nos contesta de manera airada nos sentiremos enfadados. Y si alguien está feliz y se sienta a nuestro lado y empieza a hablarnos y reír, pues seguramente acabaremos riendo con él. Así pues, este arte de relacionarse con los demás es la capacidad de producir sentimientos en los demás. Esta habilidad es la base en la que se sustenta la popularidad, el liderazgo y la eficiencia interpersonal. Las personas con esta cualidad son más eficientes en todo lo que dice en relación con la interacción entre individuos. Todos conocemos personas que parecen tener ese toque especial en el trato con los demás. Son simpáticas, suelen caer bien a todos, etcétera. Pero además son capaces de encontrar soluciones a conflictos sin que la agresividad, el enfado o el nerviosismo hagan acto de presencia.